No hace mucho comentaba con alguien que mis días buenos dependen solo de una cosa, que al menos durante esas veinticuatro horas haya quince minutos en los que el dolor se olvide de mí y pueda respirar tranquilo. No es cierto del todo, mis días buenos son todos, con dolor o sin él, el hecho de levantarme cada mañana, ver la luz del sol y sentir, aunque sea desagradable, el frío de la mañana ya supone que es un buen día. Dar gracias por vivir aunque sea lleno de dolores y poder terminar la jornada sentado en el sofá de casa quizá leyendo un libro o viendo simplemente la TV, compartiendo las incidencias del día con mi mujer y quizá rompiendo la prohibición medica, fumándome ese único cigarrillo diario al que no he podido renunciar (lo se… lo se…no debía pero…), es todo lo que pido para ser feliz en un día en el que cada hueso de mi cuerpo, cada músculo, me han estado dando la murga recordándome que los años han pasado y no en balde, que mi cojera de siempre ha terminado por resentir el resto del cuerpo, pero que nunca me ha impedido seguir adelante como ahora no me lo impiden por mucho que se empeñen estos dolores que cada vez se hacen mas habituales y persistentes.
Nunca me quejé ni voy a hacerlo ahora, a cada uno le toca un San Benito y con él debe cargar durante toda la vida, peores cosas hay y en peores situaciones se han encontrado otros, seria injusto, quizá, si me apuráis hasta de desagradecido, quejarse cuando otros lo están pasando peor o padecen peores enfermedades… Aquello que volver la cabeza y ver que otro te sigue padeciendo mas… no consuela, pero da una lección para que no estemos quejándonos todo el día. Por eso y aún a pesar de todo, hoy también puedo terminar el día diciendo que ha sido un día bueno y buenos serán mientras vea feliz a mi familia y pueda mantener su ritmo.