jueves, 20 de julio de 2017

Esa extraña conexión...

No sé, si alguna vez os habrá pasado, que en un instante estáis pensando en uno de vuestros hijos que se encuentran en la lejanía y acto seguido, os suena el teléfono con una llamada suya. Que de pronto recordáis un momento lejano de vuestra vida y en ese momento tu hijo te pregunta por un detalle de aquella vivencia que un día le contaste y que hace unos instantes ni siquiera tu recordabas. Que tu mujer te dice: Hoy no ha llamado Fernando y nuevamente suena el teléfono o te manda un WhatsApp.
¿Es brujería o una conexión mental entre seres que se quieren y añoran?. A mí me  viene ocurriendo con demasiada frecuencia, en los últimos tiempos y no creo que sea fruto de la casualidad.
Haber convivido muchos años, en una relación estrecha y llena de cariño, nos ha creado un conocimiento profundo de unos y otros, de costumbres y hábitos que han quedado grabados en nuestro inconsciente y afloran en el momento menos inesperado, haciéndonos intuir respuestas a preguntas que no hacemos verbalmente y son respondidas en el acto, como si una conexión mental existiera entre nosotros y nuestros seres queridos.
Sabemos como van a reaccionar en un momento determinado, ante un problema o una situación complicada, que respuesta nos darán ante una pregunta concreta, ¿Telepatía?... no creo, más bien compenetración lograda a base de muchos años de convivencia y un lazo invisible de cariño que ata a los integrantes de este grupo familiar.
Uno, intuye la preocupación de los otros, sin que estos la hayan expresado, sabe de sus necesidades, sus ilusiones, sus alegrías, sin que estas se expresen verbalmente. Una mirada, un gesto, son suficientes para que esa conexión funcione sin Wifi ni Bluetoot, terminando por dar respuesta incluso a preguntas no planteadas.
¿Cómo llamaríais a esta comunicación?, a esta conexión inexplicable en la que las preguntas y respuestas se muestran sin haberse planteado de forma física…Yo lo llamo AMOR…

martes, 18 de julio de 2017

LA HISTORIA DE ARMANDO

Difuminados por el tiempo, los recuerdos de sus primeros pasos, llenos de dificultad, vinieron a la memoria de Armando.
Era muy niño, apenas un año y ya comenzaba su lucha diaria por poder mantenerse en pie, por poder caminar como lo hacían los demás, sin la necesidad de que alguien le sujetara para evitar a inexorable caída.
Recordaba sonriendo, aquel largo pasillo de casa, aquella incansable madre que día tras día, hora tras hora le dedicaba tiempo, sonrisas y mimos, animándole a seguir su escasa caminata de apenas unos metros.
Nunca la vio triste, quizá fue ella quien le contagio las ganas de vivir, de no perder la esperanza y dedicar cada momento a ganar la batalla que ya entonces le acompañaría durante toda su vida.
Las visitas a médicos de renombre, horas y horas de sesiones de rehabilitación, viajes interminables a un lejano lugar que llamaban Madrid, donde un ortopeda tomaba medidas y dibujaba bocetos de lo que sería aquel artilugio que le permitiría estar de pie, caminar erguido sin miedo a las caídas y jugar con sus hermanos y amigos.
La aparición en su vida de un “mago”. Paco Urbina, que dedico toda su atención y artes a paliar los estragos de una brujería que llamaron “polio”, a la que nunca llego a vencer del todo, pero si ganar tiempo y movilidad para aquellos miembros embrujados, que se negaban a trabajar.
Pasaron los años, Armando, nunca se sintió diferente, nunca desespero ni se dejó vencer por el pesimismo. El recuerdo de la sonrisa de su madre, era como el faro que guía al navegante en la oscura noche.
Hoy, rememora con asombro, como fue capaz de sobrevivir en un mundo laboral muy exigente, cumpliendo su cometido. Viajando sin cansancio, subiendo y bajando esas escaleras que hoy son su mayor barrera, manteniendo el paso en su caminar al lado de compañeros más jóvenes y con mayor energía, sin detener ni retrasar su camino pese a caídas inoportunas y largas andaduras, a las que logro vencer.
Armando añora y recuerda, hoy, mientras sigue con sus interminables sesiones de rehabilitación, aquellos viajes de trabajo, a un paraíso llamado “a Toxa”, aquellas convenciones que le hicieron recorrer mil ciudades españolas (Valencia, Córdoba, Coruña, Barcelona, Madrid, Ávila, León, Valladolid, Pamplona, Bilbao, Santander…), casi no quedo ciudad en el mapa, en la que no disfrutara caminando y admirando paisajes, compartiendo horas con compañeros y amigos, sintiendo, que a pesar de todo, era útil, no estorbaba a nadie y podía seguir su camino.
Los años han pasado, inexorables, han detenido su camino, unos dicen que, "de merecido descanso", pero él piensa que demasiado pronto para tirar la toalla…Queda tanto aun por vivir, por seguir admirando paisajes y compartiendo momentos felices.
Ha sonado el timbre que da por terminada la sesión diaria…Ya desconectado de los aparatos de rehabilitación, queda otro día por delante, los dolores le recuerdan que no debe forzar mucho la máquina, pero sus ansias de vivir, aceleran imprudentemente sus pasos. Otro día mas en el que dar las gracias por “estar vivo” …

miércoles, 5 de julio de 2017

Ahora hace 9 años...

Sentía que el tiempo se detenía por un instante. Nada me alertaba del peligro ni era capaz de entender que estaba sucediendo. Mis ojos parecían cruzarse y la vista en uno de ellos quedo apagada, como si lo hubiera cerrado en un guiño involuntario. Me frote la cara y los ojos y aquello no variaba. Fue entonces cuando llame a mi mujer, comenzando a alarmarme ante aquella ceguera momentánea. Como buen médico que es, inmediatamente reconoció los síntomas…Estaba sufriendo un ictus….
Fueron días, en los que realmente llegue a sentir MIEDO, ese miedo con mayúsculas, ante lo desconocido. Luego vinieron las pruebas, la claustrofóbica resonancia, y el dictamen demoledor… ¡Tienes taponada la carótida interna en un 98 %! . Creí, que el mundo se terminaba, (ahora hace 9 años), que ya nada peor me podía pasar y que el fin de mis días, estaba cercano.
Recordé todas mis batallas contra esa otra enfermedad que limito mis movimientos a los pocos meses de mi nacimiento. ¿Para qué tanta lucha?, pensé…y, sin embargo, seguí luchando, ahora en dos frentes, negándome a toda rendición y ganando pequeñas batallas que ya me acompañaran durante toda mi existencia.
Hoy, sigo empeñado en llevar la contraria a neurólogos y traumatólogos, que no entienden cómo puedo seguir en pie, caminando, sin dolores no soportables y negándome a la silla de ruedas.
Caminare, ahora con la ayuda de mis brazos apoyados sobre dos muletas, sonreiré maliciosamente, cada vez que vea una silla de ruedas y pensare para mis adentros, ¡Aun no! Y seguiré sorprendiéndome al recordar tiempos pasados, en los que una vida laboral activa, me llevo a recorrer media España, en la que hice miles de kilómetros al volante de mi coche, subí cientos de escaleras y camine…si, ¡camine!... al lado de mis compañeros sin interrumpir su caminata, sin retrasar sus pasos, sin ser una carga para nadie.
Hoy, la lucha sigue…desde el campo de batalla del centro de rehabilitación, redacto este “parte de guerra”, cual reportero en batalla, empotrado entre dolientes que tampoco se rinden con facilidad y pienso…Algún día, podre decir…”la guerra esta ganada” …