jueves, 22 de marzo de 2012

La caida...

Sentada en el suelo, había resbalado como tantas veces me había ocurrido a mí, en su mirada trataba de ocultar quizá el dolor, mientras una sonrisa que posiblemente encubría su frustración, iluminaba su cara. ¿Que te ha pasado?, ¿Te has hecho daño?,… No, pero ¿puedes ayudarme a levantar? La sonrisa dibujó esta vez mi cara mientras contestaba ¡Estamos buenos!, no se yo si con tus fuerzas y yo con las mías lograremos hacer las de uno solo para levantarte.
Sus brazos y piernas, casi esqueléticas dejaban ver aquella enfermedad degenerativa que hace años la consume, ya esta muy avanzada. Miré alrededor buscando ayuda y estábamos solos, por lo que extendí mis brazos hacia el suelo y ella los suyos agarrándose a mis muñecas. Sentí que las fuerzas en mi eran mayores de lo esperado ¿O quizá es que ella pesaba tan poco?... tiré con tanta fuerza que casi pierdo yo también el equilibrio. Logré ponerla en pie y agarrándose a la balaustrada me dio las gracias. ¡Vaya dos que estamos hechos!, cualquiera que nos vea pensaría y ¡estos dos a que juegan!, pues si…respondió, muchas gracias. De nada, ¿Te has hecho daño?, ¡No!, ya estoy acostumbrada a caer y casi nunca me hago daño. Es verdad, a mi me ocurre igual. En ese instante apareció una joven que siempre la acompaña, había ido a buscar una silla de ruedas para subirla hasta casa y en ese tiempo, había ocurrido esta pequeña peripecia que hoy os he contado sobre una joven vecina que padece una enfermedad degenerativa.
Cuando me despedí de ellas sentí… ¡Que se yo lo que sentí!...mis fuerzas no estaban tan mermadas como para no ayudar a otros, siempre hay alguien que esta peor que uno y al que se puede ayudar y por lo que veo no soy el único que acaba con sus huesos en el suelo, menos mal que la costumbre y quizá los reflejos adquiridos con tanta caída, hacen que estas nunca tengan  otro resultado que un pequeño susto y quizá para nuestros adentros un pequeño cabreo por lo patosos que no estamos volviendo.