lunes, 13 de noviembre de 2017

LA ABUELA

En silencio, acurrucada en el sofá, la mirada perdida en el vacío, desconectada de todo todo aquello que le rodea y de toda conversación que se fragua a su alrededor. Atenta a un televisor cuyo volumen está demasiado alto, pues ya casi no oye, quizá tampoco vea, pero es su única distracción. 89 años acaba de cumplir, en una vida llena dedicada a sus cinco hijos, su marido al que cada día echa de menos con mayor frecuencia. Inundada de recuerdos de su niñez, que una y otra vez repite, pero incapaz de recordar lo que ha hecho por la mañana.
La he mirado en silencio, he sentido la tristeza mezclada con la alegría de tenerla aún a nuestro lado, aunque sea así, en silencio, tratando en alguna ocasión de seguir, sin conseguirlo, nuestras conversaciones.
Es la “abuela”, aquella misma, que no hace muchos años era un auténtico torbellino de actividad y que, desde su inoportuna caída, quedó con un brazo partido que ya no se recupera y anclada en una inactividad casi total. Parece que en aquel momento se desconectó de todo y que el mundo se ha detenido ya para ella, aunque su corazón siga latiendo.
Es “una segunda madre” para sus nietos, a los que ayudó a criar y también para mí, que había perdido la mía.
Despierta ternura en su mirada, unos ojos que ya apenas ven, pero que agradecen con su mirada que sigamos pendientes de ella, que yo le ponga ese parco desayuno por las mañanas y que le suba la prensa, que hojea sin enterarse de nada.
La vida ya ha pasado para ella. Su imagen me muestra un camino que algún día recorreré y ruego a Dios que al final tenga a alguien cerca, igual que ella lo tiene ahora.
ABUELA, ¡Feliz cumpleaños!...