Hace poco leí un articulo de Javier Marías que hablaba del AGRADECIMIENTO, advirtiendo del peligro de los regalos y poniendo el punto sobre la costumbre arraigada de hacer favores con la intención de cobrar los mismos. Hablaba de una costumbre entronizada, a la que calificaba de mafiosa. (No se puede negar luego nada a quien te hizo el favor y siempre quedas atado al mismo por un lazo invisible e interminable) Uno recuerda tiempos en los que era habitual la famosa "recomendación". Tan usada que hasta cuando uno moría, en la misa de funeral se hacia "la recomendación del alma". (Hasta para entrar en el Cielo hay que estar recomendado).
Siempre fui contrario al uso de esta práctica y habiendo tenido oportunidades de practicarla siempre me negué a ello por entender que al final acabas agradeciendo lo que no era necesario, pues nadie se movía en realidad para favorecerte y si algo salía bien era por meritos propios y no por que alguien hubiera echado una mano.
El agradecimiento sincero, es aquel que no tiene publicidad ni necesita manifestarse en regalos, pero la practica dice que no es así y se siguen viendo situaciones en las que un traje, un bolso, una joya hacen las veces de pago a un favor recibido, es entonces cuando el favor y agradecimiento, pierden su sentido dejando de serlo para ser una mera transacción económica en la que a veces se persiguen objetivos inconfesables.
Agradecer es de bien nacidos, según me enseñaron mis progenitores y hoy hay que hacerlo con sumo cuidado y delicadeza, evitando malas interpretaciones, ofender al benefactor y evitar suspicacias.
Uno agradece muchas cosas en esta vida, el poder levantarse todas las mañanas y sentir el sol o el frió de la madrugada, agradece tener un café caliente y la compañía de los seres queridos, que los dolores sean soportables y que el trabajo sea llevadero, que quienes comparten la jornada con uno lo hagan de buen talante, que al llegar la tarde y cuando el cansancio hace ya mella, uno pueda sentarse con la conciencia tranquila y el animo entero, para charlar un rato frente a un café, sin tener que entregar a cambio otra cosa que el cariño y afecto a quienes se lo ganaron durante la jornada.