lunes, 13 de mayo de 2013

Mientras hay vida...


Puede ser que en muchas ocasiones, uno no perciba que el tiempo pasa inexorable y con él, nuestro “cascarón” va sintiendo esos efectos del tiempo. (Suerte que algunos tienen y que no comparto).
Por desgracia no es habitual, pero observo con una cierta alegría que hay quien a los setenta y tantos, siguen haciendo ejercicio, nadando todos los días y caminando con paso firme durante horas, haciendo trabajar este envoltorio corpóreo que nos mantiene en pie cada día.

La edad, se lleva en el alma, pero el cuerpo se empeña en recordártelo a cada instante. Hoy es un pequeño dolor, mañana una molestia no se donde y luego un agotamiento que nunca sabes a que es debido, pero siempre hay algún indicador que como en los coches te marca que algo no anda bien.

Sorprendentemente, siempre hay salida, lo peor que uno puede hacer es pararse a lamentar la falta de agilidad que uno tenia antes o que las fuerzas no te acompañen, cuando tratas de levantar algo que hace poco era un simple peso y hoy parece la roca de Sísifo. Rendirse antes de intentarlo, nunca fue mi manera de actuar, quizá por eso y hasta el presente he logrado llevar la contraria a los a los presagios que los galenos se empeñaban y empeñan en augurarme y a pesar de alguna que otra caída (siempre con la suerte, o no se si la habilidad de saber caer bien, sin mas consecuencias que las de un pequeño susto para los que me rodean, como me ocurrió hace unos días y que provocó hasta la parada de un coche de la Policía Municipal para preguntar si me había roto algo, ante lo aparatoso del tropazo).

Hoy observo de cerca a un familiar muy cercano y querido, postrado por una dolorosa dolencia de espalda y con tristeza veo, que se abandona ante el dolor, que no tiene la fuerza de espíritu para luchar y ganar la batalla (los años, quizá, le han mermado es capacidad de superarse o lo que es peor, se abandona pensando que ya no merece la pena hacerlo).

Quizá, algún día  a mi me ocurra lo mismo, quizá ese tiempo que nos oxida, termine también por oxidarme a mi y termine por comprender lo que en estos momentos no puedo entender, y es que la vida nos enseña algo nuevo cada día, que no somos eternos, que hay que vivir cada instante con la mayor intensidad posible sin dejar que esas pequeñas o grandes molestias nos impidan disfrutar del privilegio de estar vivos, de compartir nuestra existencia con los que nos rodean y volcarnos en ellos, que también sufren seguramente lo mismo que nosotros.

En fin, la vida sigue y no se quien dijo que “mientras hay vida, hay esperanza” y esta, tampoco voy a perderla.