martes, 4 de febrero de 2014

Aquel viejo tren...

Renqueante en la cuestas, hacia resoplar sus chimeneas que formaban una cortina de negro humo, mientras arrastraba vagones cargados de gentes dispares en su interior. Lenta pero con constancia avanzaba hacia su destino con la mirada puesta en un horizonte plagado de bosques, montañas y túneles en los que el sonido de sus metálicas ruedas contra los raíles hacían retumbar un monótono traqueteo característico y machacón. No importaba el tiempo que durara el viaje, nadie parecía tener prisa y desde los grandes ventanales abatidos verticalmente, se dejaba salir el humo de los cigarrillos que algunos viajeros consumían en el pasillo mientras contemplaban un paisaje que lentamente se mostraba a través de ellos.
Revisores uniformados, con gorra de plato adornada con un cordón dorado, pasaban por cada uno de los apartados solicitando los billetes a los viajeros y picándolos con una tenaza, confirmado así su validez. Mil paradas en el camino, una por cada pueblo que tuviera estación, mantenían un movimiento de gentes en un subir y bajar constante mientras el resto verificaba la hora en cada reloj colgado verticalmente a las paredes del andén y pronunciaban en voz alta el nombre de la localidad escrito en grandes letras sobre las paredes de cada estación.
Era otra manera de viajar, quizá la única en aquellos vetustos vagones de madera, cuyo recuerdo quedó grabado en mi memoria, eran viajes a un Madrid casi de post guerra en los años cincuenta, viaje obligado todos los años para revisiones medicas en los que terminábamos hospedados en la Gran Vía, en el ya desparecido Hotel Niza. No hace mucho volví a aquella estación del Norte, hoy convertida en centro comercial e intercambiador del metro madrileño,(Príncipe Pío) su fachada casi sigue igual, pero todo ha cambiado, gentes aceleradas, van de un lado a otro siempre con prisas, siempre agobiadas, ya no hay aquel olor al carbón y las paredes aparecen relucientes ¡Claro!, ya ha pasado más de medio siglo, pero aún sigue en mi recuerdo aquel viejo tren, el tren en el que una vez al año hacia un largo viaje junto con mis padres, en busca de un remedio a mis males, que nunca llegó.