Salió el sol un día mas, nuevamente mientras me afeitaba repasé algunas de las tareas pendientes, siempre con la prevención de olvidar algo importante pese a que todo lo apunto en mi PDA, hasta las cosas más nimias e intranscendentes. Ya no se vivir sin mi memoria electrónica pese a que siempre presumí de tenerla buena y recordar detalles de momentos vividos con tal nitidez que parece ocurrieron ayer.
No es alzeimer, es miedo a olvidar, el olvido y sobretodo de las personas es algo que me produce inquietud, no suelo ser persona de muchas llamadas telefónicas, ni de muchos correos, pero siempre están en mi mente amigos y compañeros, familiares y conocidos allegados que un día compartieron horas y momentos conmigo.
Fueron muchos mis viajes tanto de trabajo como de placer y en ellos he ido dejando un reguero de personas y personajes que grabados en mi memoria (no electrónica) me hacen sentir bien, sentir que he pasado por la vida compartiéndola y disfrutando de grandes momentos y lugares.
Compañeros de colegio, que hoy ocupan puestos relevantes, se sorprenden cuando les recuerdo algún instante vivido en las aulas y los nombres (a veces motes) de aquellos Hermanos Maristas que sin saberlo marcaron un modo de ver la vida en sus alumnos.
El recuerdo amable de quienes vivieron a mi lado quizá momentos duros en los que la juventud pedía un ritmo mayor y supieron adaptarse a mi cansino andar, momentos de trabajo mezclados con ratos de ocio en reuniones y convenciones que me permitieron conocer recónditos lugares de la geografía española, una Galicia amable y añorada, un reguero de pueblos leoneses (Canedo, Castrillo de los Polvazares, Astorga, Ponferrada), Córdoba, con su impresionante mezquita que pude recorrer en dos ocasiones encontrando en ella rincones inesperados y sorprendentes, Valencia (¡Quien me iba a decir en aquel entonces que a ella me uniría mi propia familia!), Bilbao y su inesperado y portentoso Gugengeim, Santander y ese gran palacio de la Magdalena donde tuve el privilegio de ser el único en aquella visita que pudo usar el ascensor que utiliza el Rey para subir a sus habitaciones (sic) (privilegio de tener la pata chula), Villaba, Coruña, Alicante y aquel castillo dominado la ciudad, donde se nos ofreció un cóctel que no llegue a probar pues el cansancio de días pasados me retenía ante cualquier exceso. Palma de Mallorca, donde cumplí mis 50 años (que lejanos estan ya) y alguien, un compañero de viaje, lo recordó a las 3 de la madrugada enviándome un mensaje al móvil que decía, ¡Acabas de cumplir 50 tacos, me debes una copa! Barcelona, mi querida y siempre admirada ciudad a la que he prometido volver y esta vez no por motivos de trabajo y sí para compartir sus calles con mi familia enseñándoles aquellos lugares que mas me impresionaron en las múltiples visitas a la ciudad.
En todos estos lugares y muchos mas, que omito por no alargar este post, siempre tuve la suerte de encontrar el afecto de amigos y compañeros, que no permitiré que la niebla del tiempo borre de mi su recuerdo. Memoria de tiempos pasados, pilares de una vida que pese a mis limitaciones he disfrutado plenamente.