domingo, 7 de octubre de 2012

Psicoanalizando...

Muchas veces he relatado en este blog mis dificultades y en ocasiones esfuerzos para hacer una vida que podría llamarse normal, dentro de mi incapacidad para caminar durante mucho rato o para subir escaleras, muchas veces, y deben ser los años, me encuentro con obstáculos que antes superaba sin apenas esfuerzo y que ahora provocan en mi cierta desazón para superarlas. Pero esto no ha ocurrido siempre, una conversación con un amigo de la infancia, hace unos días, me recordaba su asombro ante mi manejo de la bicicleta, esa misma que ahora me deja con la lengua fuera y con la que apenas puedo recorrer unos 300 metros. Aquella bicicleta BH roja que me sirvió de vehículo para llegar todos los días al colegio y que aparcaba en los cuartos del carbón, pues no había otro sitio donde dejarla. Me recordaba montado en ella, correteando por el patio de los Maristas, perseguido por otros ciclistas que eran incapaces de alcanzarme y como en ocasiones hacia la burrada de soltar las manos y dirigirla solamente con mi cuerpo sin tocar el manillar con una pericia que ahora me parece imposible. Como en mas de una ocasión y pese a todo, tiraba mis muletas desde el muro del Campo San Francisco y detrás de ellas me descolgaba saltando desde mas de dos metros de altura haciéndome el machito ante mis amigos (No sé como no me rompí la crisma mas de una vez), Era capaz de seguir el ritmo en los juegos con mi hermano y mis amigos Juan Antonio, Rudi, Samuel, Fernando, Jesús, que formábamos un grupo unido por la vecindad y el colegio. Nunca me sentí diferente, nunca llegaron a pensar en mi como alguien que no podría hacer determinadas cosas y en ocasiones era yo precisamente quien las hacia y ellos no se atrevían. Tampoco recuerdo una protección especial ni una preocupación desmedida de mis padres y quizá eso fue lo que hizo que yo asumiera como normal, lo que nunca lo fue. No poder subirme a unos patines, ni correr, ni jugar al fútbol o al baloncesto fue motivo de trauma, ni necesitó como hoy hacen mil madres histéricas, que mis padres me llevaran a ningún psicólogo. Sabía perfectamente hasta donde podía llegar, que podía hacer y que no, asumiendo sin inconveniente alguno que si yo tenía limitaciones había otros que sin ser tan patentes también las tenían y no pasaba nada.
Hoy hay una histeria colectiva, me da la risa cada vez que oigo que alguien manda a su hijo al psicólogo por cualquier cosa, que se habla con mucha frecuencia de niños hiperactivos y se les trata como bichos raros sometiéndolos a ojo escrutador de estos profesionales, en los que no tengo ninguna confianza (lo siento, me parecen una profesión que ha dirigido mal su objetivo buscando un licito negocio), por eso, el otro día metí la pata cuando uno de mis sobrinos estaba molestando descaradamente a alguien que se encontraba cerca ante la mirara impasible de su madre que no le llamaba la atención. Por vergüenza ajena me disculpe diciendo ¡Perdone, es que su madre es psicóloga y le consiente todo para no traumatizarle!, fue entonces cuando al contestarme me di cuenta de que había patinado ¡No se preocupe yo también soy psicóloga! (Leñe, esto si que fue un tropezón) y pensé, ¡Estamos rodeados de psicólogos y continuamente analizados en nuestros actos sin que nos enteremos,¡es para poner lo pelos de punta! ¿Verdad?