miércoles, 20 de septiembre de 2017

A pesar de todo...

Había iniciado mi paseo diario, pero algo me decía que no marchaba bien, un cansancio ya conocido y sin justificación alguna, aumentaba a cada paso. A los 150 metros, era tal, que me senté en un banco de piedra junto a la fuente que hay en el Paseo de Carmelitas, al lado de un anciano, que apoyaba su cabeza pensativa sobre un viejo bastón de madera. ¡Buenos días!, dije cortésmente, y fui respondido de igual manera. Hoy esta fresquito, comente, y aquel hombre levantando su mirada al cielo, respondió como si de una conversación de “ascensor” se tratara…si, hoy va a hacer frío…luego, rompiendo ese silencio que se produce tras una alocución forzada, comenzó a contarme que todos los días salía a pasear solo, que no tenía a nadie en su vida, pues su mujer había fallecido hacia unos meses y sus hijos, en la lejanía forzada por el exilio en busca de trabajo, apenas mantenían ya contacto con él.
Me contó sus desvelos y esfuerzos por sacar adelante a una familia, cuando en este país se podía tener más de un empleo, las mañanas de administrativo en un concesionario de automóviles y las tardes de contable para un establecimiento de electrodomésticos. Como dio carrera a sus dos hijos, que tuvieron que emigrar, pues en estas tierras, era imposible encontrar trabajo.
En sus ojos, distinguí en algún instante lagrimas a punto de brotar, cuando recordaba lo feliz que había sido con su esposa y como vieron crecer a sus pequeños, esos, que hoy apenas le llaman, pues ocupados en sacar adelante sus vidas, hoy olvidan a este anciano que deja pasar sus horas junto a aquella fuente, que hoy es su remanso de paz.
Al despedirme de él, sentí su profunda tristeza marcada por la soledad, pero pensé… ¡Soy un hombre con suerte! A pesar de todos mis achaques, tengo a mi mujer y a mis hijos, que aún en la lejanía, todos los días llaman una o dos veces, que siguen interesándose por sus padres y si pueden vuelven al hogar que les vio crecer. Quizá, algún día ( y Dios no lo quiera), yo también sea ese anciano que hoy se ha cruzado en mi camino, pero de momento, tengo que considerarme muy afortunado y agradecer que pese a todo, la vida no me ha tratado mal.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Septiembre... Ese mes...

Perezosamente van cayendo los días de septiembre. Un mes que nunca tuvo para mi recuerdos buenos, y siempre fue el mes en el que se acumulan malas vivencias, que trato de esquivar en mi mente.
Septiembre, mi mes “maldito”. Mes triste, en el que siempre siento un bajón anímico que me llena el alma de pena. La luz del día ya no acompaña, las tardes se hacen más cortas y las temperaturas bajan como mi espíritu, siempre en lucha permanente contra la adversidad.
Los recuerdos de momentos tristes del pasado, me asaltan a cada instante, la nostalgia de mis seres queridos que ya no están entre nosotros, la lejanía de los hijos que volaron del nido, el recuerdo amable de antiguos compañeros, que aún siguen ahí, (pocos, pero los hay), preguntando ¿Cómo estás? Y a los que siempre respondo que bien, por no preocuparles ya que realmente siento su preocupación en la pregunta.
Septiembre, plagado de fiestas en mi ciudad, a las que antes acudía y a las que hoy, por miedo al tropezón y la caída entre la algarabía, me están prohibidas. Ya no hay niños a los que llevar al ferial, No hay amigos, con los que compartir aquellas cenas en “el Campo de Tiro de Salamanca” (los años y las enfermedades, se han han llevado a muchos de ellos). Solo me queda el consuelo, de ver disfrutar a quien me rodea, de una “caña”, sentado en una terraza, viendo pasar el bullicio de ciudadanos animados, gentes jóvenes que arrastran de la mano a pequeños ilusionados con su globo o asustados por las charangas que recorren hoy mi ciudad.
Los años no perdonan y septiembre, sigue siendo para mí, un mes extraño que deseo termine.
Supongo, que, en la vida de todos, siempre hay un “septiembre”, el mío es así y así os lo he contado.