Caminaba sin prestar mucha atención al entorno, las imágenes de árboles y cercados, ganado en libertad y el canto de las aves pasaban casi desapercibidos ante los pensamientos que hervían en mi cabeza. Aquella tarde soleada, la belleza del campo no era capaz de sustraerme a la obsesiva idea que una y otra vez, machaconamente se repetía en mi interior turbando la tranquilidad de espíritu que suele acompañarme.
Las noticias del último informe medico de hace ya mas de nueve años, no eran muy esperanzadoras. Sobre mi, habían caído como una sentencia a dura condena y mi animo había quedado tocado. El tiempo, me iría deteriorando de tal manera que pronto no podría caminar, necesitaría ayuda para las cosas más elementales y terminaría siendo una carga que no estaba dispuesto a consentir.
Quizá mi manera de encarar las cosas, el entrenamiento que durante años padecí forzosamente, caminando con dificultad, las largas horas de sesiones de rehabilitación cuando era apenas un niño y que terminaron por no servir de nada, las cinco veces que pase por el quirófano, los largos días de verano, sujeto a escayolas y muletas tras las operaciones, en los que con envidia, veía a mis hermanos bañarse en aquella espléndida piscina a la que yo no me podía acercar, fueron los puntales que me ayudaron durante años a terminar llevando la contraria a los médicos, como ya dije en alguna ocasión.
Hoy cuando ya han pasado más de 10 años de aquella sentencia, sigo empeñado en contradecirles. Mal o bien, puedo seguir caminando y posiblemente siga haciéndolo durante muchos años.
Por eso, no entendí ni puedo entender a quien ante malas noticias no lucha, no se revela a un destino que no tiene por que cumplirse. El destino, se lo marca uno mismo como uno se marca el camino que se ha de andar.
En mis años de peregrinaje por centros de rehabilitación, haciendo ejercicios imposibles a los que mi musculatura no respondió nunca, pude ver a muchos esforzados, animosos, con la sonrisa flor de piel encarándose con sus males y venciéndolos, al final terminé aquel paseo diciéndome para mis adentros: tu tienes que ser como ellos, a la vida se le puede ganar la partida y de momento, ya le he sacado una gran ventaja en años a aquel pronostico que por fortuna no ha llegado a cumplirse. El tiempo pasa inexorable, la agilidad y las fuerzas se pueden ir perdiendo, pero mientras haya una brizna de aliento, un pensamiento de…¡Puedo! La batalla no estará nunca perdida.
Tu nunca te das por vencido. Siempre luchando.
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