Con dificultad recorro las calles de mi ciudad día a día en un rutinario peregrinaje tratando de hacer algo de ejercicio y día a día vengo observando los cambios que en el entono se producen. Mi Salamanca ya no es la Salamanca pueblerina de los años sesenta, hoy calles peatonales llenas de vida dan a la urbe la sensación de una gran ciudad cuidada pese a los desmanes de algún gamberro que spray en mano ha hecho alguna pintada, o al cafre que turno que ha roto alguno de los bancos del paseo. Luz en los atardeceres, de farolas artísticas que imitan a las de la Plaza Mayor, en calles como las de Zamora o de Toro, gentes que van y vienen escrutando escaparates o como yo paseando simplemente.
La verdad, es que este Otoño, me ha acompañado en el empeño de mis paseos diarios, ha faltado la lluvia, que mojando el suelo se convierte para mí en una autentica pista de patinaje en la que tratando de evitar la caída hago mil figuras casi imposibles para evitar terminar con mis huesos en tierra. ¡Claro!, Así cuando llego a casa, me siento muy cansado, los días de lluvia, como el de hoy, en el que ya hizo aparición este liquido elemento, me hacen difícil el caminar, temiendo cada paso y presintiendo un resbalón a cada instante, ¿Nunca os habéis fijado en lo que resbalan las tapas de alcantarillas cuando están mojadas?, ¿Las bandas blancas de los pasos de cebra?, ¿las hojas caídas del árbol durante el Otoño?. Solamente las losas de granito dan una cierta seguridad al andar sobre mojado, los empedrados de cantos rodados son una trampa para los tacones de las mujeres y causa de mil resbalones.
Pero yo seguiré paseando, con agua o sin ella, estas tardes en las que el sol se ha escondido a horas tempranas, quizá para no verme sufrir bajo la lluvia de Otoño.
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