Navegaba sin rumbo fijo, a merced de los vientos, juguete de las olas. Su arboladura rota en mil batallas y tormentas, apenas podía sostenerse sobre aquellos dañados mástiles, pero ahí estaba. Aparecía en los lugares más insospechados como aviso a navegantes de lo dura que es la vida en el mar y lo pasajero que es todo en esta vida.
Bajel lustroso en otro tiempo, envidia de armadores y capitanes, luchó bajo mil banderas defendiendo la justicia y la libertad.
Sus cañones, hoy enmudecidos, aún infunden respeto con su presencia y el silencio en sus cubiertas sigue siendo un grito de libertad.
Apareció entre la bruma de la mañana y dibujando sobre la mar su blanca estela, mostró sus cañones de babor al pasar junto al viejo faro. El torrero hizo sonar la sirena en señal de saludo, pero nadie contesto. En otra época habrían hecho sonar sus bocinas los barcos anclados en el puerto que hoy permanecieron mudos ante su paso, ya no era aquel gran barco, temido y admirado por todos, solo la sombra triste de una pasado que nunca volverá mientras sigue arrastrando su quilla por esos mares de Dios. Solo el farero saludó su paso, solo aquel marino anclado en tierra, que conocía bien lo dura que es la lucha con el mar y lo desagradecida que es la vida con quien cayó en el olvido.
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